miércoles, 2 de febrero de 2011

Ensayos sobre nuevo cine mexicano. La Mitad del mundo.




LA MITAD DEL MUNDO

armando vega-gil


La mitad del mundo no está en el Ecuador, ni está en la latitud cero en el vientre inflamando del mundo. La mitad del mundo está en una larga interminable, recta ardiente carretera que divide el paisaje del desierto en dos páramos idénticos en su forma, pero ajenos e incomunicados en cuanto a que uno es el lugar de los hombres pecadores y el otro el de los hombres virtuosos. Mingo está parado en esta franja fronteriza y, asustado salta al lado de los buenos; pero, ¿cómo saber cuál es el lugar de los justos y cuál el de los pecadores si no hay hombres ni mujeres a la vista, sólo la tierra reseca partida por los bofetones del sol de Zacatecas? Más aún, ¿qué es la virtud, qué el pecado?


Mingo no tiene las respuestas, no pude, aunque en el fondo de sí las tiene, porque Mingo es el tonto del pueblo y se ha llevado consigo la mitad del mundo: él está partido en dos, y los hombres y las mujeres que lo rodean son los que saltan de un lado a otro, y todos son buenos y todos son malos, aunque unos son más malos, más mentirosos, más hipócritas, aunque nadie es más bueno, más sincero, más honesto. ¿Cómo distinguir los bondadosos de los perversos si todos hacen y deshacen por igual en ambos lados del mundo? ¿Cómo si a Mingo se le enhiesta y endurece el falo milagroso de tan grande y tenaz cuando va a acostarse a la cama de mamá, su madre sola y vieja que tiene en el hombro una rosa tatuada que no huele a flor sino a carne vieja, a carne sudorosa, y que él hace vibrar a fuerza de vaho descontrolado hasta que ella, su madre abandonada, despierta de su asombro y, con la entrepierna empapada, agarra a chanclazos a este muchacho descarriado que no sabe lo que es el pecado ni la virtud, y para apaciguar las fiebres adolescentes de Mingo le pide prestada al cura a la tonta del pueblo para que Mingo tenga donde depositar sus fuegos y su semen de joven inocente?


Y comienza aquí el viaje de Mingo por su propia franja en La mitad del mundo, y es que en este pueblo los hombres se van largando a trabajar a un otro lado del mundo hasta dejarlo vuelto un desierto atravesado por la línea que es la frontera de Mingo, y las mujeres también brincan de un lado a otro, porque la mitad del mundo es ese pedazote de concupiscencia que se le eleva como un disparo de piedra del bajo vientre cuando las solteras y las viudas y las dejadas se lo juegan en un juego de albures y cartas. Mingo es el silencioso, el que no condena ni vigila, es, simplemente es, sin moral ni conciencia, que es como todos quisiéramos andar por la vida. Pero, los hombres y la mujeres vuelven a Mingo depositarios de sus virtudes, deseos y pecados, porque en el cuerpo de Mingo no existe ni el pecado ni la virtud. El pecado es un engaño, una añagaza, y la virtud es una simulación, una disculpa, una mentira.


Pero los hombres y las mujeres, la madre de Mingo, el cura y el cacique del pueblo no pueden convivir junto a este espejo amoral y puro, transparente en que se me miran desnudos, gozoso y verdes de envidia. Los pocos hombres miedosos y aburridos que quedan en este pueblo han de romper a pedradas y fuego injustos el pecado virtuoso de Mingo, y vuelven al miedo, el temor a Dios y el remordimiento una realidad de dura contundencia.


Mingo, como los viejos santos y beatas de otros mundos y otros tiempos, se vuelve un icono milagroso, un recuerdo canonizado en el corazón de este desierto que es el mundo en el que el pecado y la virtud son los dos lados de una misma moneda. La respuesta no está en saltar a uno u otro lado del mundo, la respuesta es ser en sí mismos La mitad del mundo.


La mitad del mundo (México, 2010). Dir. Jaime Ruiz Ibáñez. Con Hanzel Ramírez y Luisa Huertas.

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