sábado, 8 de enero de 2011

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LA CINTA BLANCA

armando vega-gil


El mundo siempre —¡siempre el mundo!— está a punto de derrumbarse, a un paso de caer sobre sí mismo para exhibir la podredumbre sus vísceras hipertrofiadas, sus huesos blancos pegados entre sí por el cemento anquilosado de la moral y el temor a Dios y el Estado, las babas tejuminosas La Sagrada Familia con sus jerarquía castrantes e incestuosas, las escuelas que en su voluntaria ignorancia estatal y religiosa preparan a unos niños a ser explotadores y a otros ser explotados, y el poder de la opresión económica: los amos y los peones, los ricos y los desposeídos. Todas esas instituciones que se fortalecen a sangre y bofetadas para mantener en pie y buen funcionamiento a nuestra sociedad no son sino la revelación de su monstruosidad, y en ellas está el germen de su cataclismo... aunque nunca termina de caer.


Mussolini decía que la familia era la base de la sociedad fascista, y tenía razón: en ella aprendemos a ser vigilados, a ser castigados, a aceptar los modos de la servidumbre y la obediencia. La religión y su papel de religar no a los hombres con Dios sino con el aparato ideológico (¿el ogro filantrópico vestido de sotana?) es una férula asfixiante que trata de mantener derecha la rama que crece torcida a pesar de sus plegarias, santos y esfuerzos catequizadores..., o no a pesar de ella, sino a causa de sí misma. Foucault ya ha exhibido el papel de la ortopedia social que trata de ajustar el corpus social a sus designios y planes con corsés de hierros, zapatos ajustados hasta el grito como si la comunidad fuera el cuerpo de un muchachito con pie plano.


Pero, ¡el mundo se está derrumbando!, gritan los diáconos y los magistrados cuando los acontecimientos se les van de las manos y exacerban la ortopedia social, la vigilancia y el castigo, aún cuando ellos mismos son quienes deberían llevar enciam sus prótesis jurídico morales porque en el mundo de las representaciones —en el que ejercen su poder avasallador— acusan, señalan, martirizan a los rebeldes, meten a la cárcel a los desviados y al manicomio a los inmorales, cuando la realidad es que en sus casas los médicos violan a sus hijas y los grandes moralistas vuelven a sus hijos futuros asesinos seriales y los atan de las manos para que no se masturben y los azotan por la espalda para que regresen al mundo de la inocencia y la pureza, ese estado de humillación que implica que el padre te amarre en el cabello o un brazo La cinta blanca para hacerte recordar que debes ser temeroso de Dios y te portes como niñito bueno y te calles el hocico cuando no se te esté permitido hablar.


En su estupenda y meticulosa película, La cinta blanca, Michael Haneke nos muestra cómo la moral, al volverse más asfixiante y puntillosa, con sus ritos cerrados por el cerco del fanatismo, no hace sino disparar los malestares de una comunidad que cree vivir bajo la bendición de Dios y el Archiduque, pero que está edificada sobre el miedo, el cual se contagia a sus hijos volviéndolos seres malvados.


A mayor moral pública, mayor perversidad privada.


Así, las sociedades que ven en su existencia un Apocalipsis perpetuo, con sus ritos estrictos, sus manuales de buenas costumbres y sus discursos amenazantes, tratan de camuflar y contener la pus que brota de sus pústulas y heridas. Pero el mundo no termina de caer del todo, a pesar de la guerra, a pesar de la indagación de la verdad, pues la verdad no es absoluta en manos de los doctores que nos enderezan la espalda, en manos de los sacerdotes que se envenenan escuchando nuestros pecados en confesiones malsana, de los dueños de la tierra que nos dan una botella de cerveza para que caigamos al suelo mientras ellos siguen parados sobre nosotros.

La cinta blanca (Francia, Alemania, Italia, Austria, 2009). Dir. Michale Haneke. Con Ulrich Tukur, Susanne Lothar y Christian Friedel.

1 comentario:

  1. Una obra maestra no apta para mentes débiles y apáticas (el espectador pasivo al que tanto ha atacado Haneke en sus anteriores cintas). Meticulosa, hermosa, horrorizante. La frase "Mataron al Archiduque", otrora memorizada en la secundaria, en esta película eriza la piel, y detona una bomba que Haneke no nos muestra pero que, como siempre, nos invita a imaginar. Malditos sean los niños a los que les arrebatamos su libre albedrío. Perfecta cinta y excelente reseña.

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