viernes, 2 de septiembre de 2011

Ensayos de cine: Media Noche en París



MEDIA NOCHE EN PARÍS

armando vega-gil


Suele ocurrir, que el presente nos resulte tan aburrido y rutinario, tan vacío, pedante y repetición, tan falto de propuestas si lo comparamos con lo que ocurrió con las generaciones que han quedado atrás marcando a hierro profundo los caminos que transitaran por la historia reciente con sus obras demoledoras, con sus ideas revolucionarias, sus lúcidas posturas que, vistas en la perspectiva sin reversa de lo que ya fue, pertenecen a una Edad de Oro. Hoy en día, por ejemplo, parece que ya nada hay que hacer para que el arte avance por caminos desconocidos y nuestras vanguardias nos parecen pobres, engañosas. Nada nuevo hay bajo el sol contundente de la comparación. La sensación de que el arte está frente a un callejón sin salida nos congela, nos vuelve autocomplacientes o nos transforma en críticos feroces y amargados. Ya no hay nada que renovar, nos decimos abrumados. Y se vuelve un lugar común decir que la época del Cine de Oro dio cintas que dejan balbuceando al cine emergente contemporáneo. Este ver hacia atrás con esta nostalgia tajante, incluso, nos pasa en carne propia: cuando nos miramos al espejo, viejos, ridículos y de modé, creemos con fervor que lo que se hacía en nuestros tiempos (eufemismo burdo que escamotea la frase lapidaria de «cuando éramos jóvenes») era arte, eso era innovador, y vemos con desconfianza a los jóvenes que hoy nos ven con desconfianza. Esta desconfianza de los viejos grupos de poder en la cultura consolidados en el apañón de los presupuestos estatales presupone el ver a las nuevas generaciones como una amenaza de desplazar sus privilegios.


Entonces, a los que estamos fuera de la jugada, a los nostálgicos, a los insatisfechos, a los melancólicos, se nos antoja abordar una máquina del tiempo y viajar esos días donde minuto a minuto se derrumbaban normas y tendencias, donde la ruptura era una forma de vida, una actitud vital, pero, se pregunta Woody Allen es su filme Media noche en París, los monstruos de aquellos días, ¿no veían con desconfianza a sus contemporáneos? En su obra Lo espiritual en el arte, con virulencia burlona, decía Kandinski que en su tiempo no es que hubiera vanguardias, sino retrazados. Y es que en las obras maestras de lo ya hecho, se cifra la imposibilidad de la renovación, los atrazados no son los viejos maestros, sino lo que los imitan y se reducen a sus parámetros.


Pero la envidia al pasado también se vuelve espacial, y quisiéramos mudar de tiempo y espacio, largarnos al París que veía en sus bares y cafés a los surrealistas, a Buñuel, Dalí, Man Ray, a Cole Porter y sus himnos al amor despatarrado y la ciudad luz, a los militantes viriles y groseros de la Lost generation, a Picasso en plena discusión con Gertrude Stein. ¿Qué tal platicar con ellos, irse de borrachera con Scott Fitzgerald y Hemingway, reunidos todos en el entorno cerrado e íntimo que siempre ha sido París?


Es un sueño hermoso, sí, pero es una conjetura contraria a los hechos. A nosotros, las criaturas del siglo XXI, no nos queda más que imaginar el presente, acariciarlo, pisotearlo, desmembrarlo, empujarlo hacia el futuro rompiendo con nosotros mismos, con nuestros prejuicios de mierda, con la achacosa nostalgia a un pasado que ya jamás volverá como una ola desconcertante, sino que es el material de gozo y reflexión que lleva el germen de lo desconocido. Y, bueno, si hacemos eso en París, qué mejor, para pasear por el pasado inmediato en sus callea a la media noche, bajo la lluvia, junto a una mujer hermosa y joven.


Media noche en París (España, Estados Unidos, 2011) Dir. Woody Allen. Con Owen Wilson y Marion Cotillard.