miércoles, 24 de agosto de 2011

Ensayos sobre cine





A TIRO DE PIEDRA Y EL CINE MEXICANO EMERGENTE

armando vega-gil


Paradójicamente, ahora que la industria fílmica nativa atraviesa por un momento de buena salud (la posibilidad de que cualquier personas o empresa, desde un panadero hasta una ensambladora, pueda invertir una parte de sus impuestos en la producción de películas a través de la notable —a pesar de sus laberintos burocráticos— Ley 226 del ISR, lo cual ha posibilitado que, de unas poquísimas pelis que acá se filmaban al año en los años noveta, aumentaran en la actualidad a un volumen a más de 50), nuestro cine está en crisis.


La rapiña, el abuso y desprecio con el que los grandes exhibidores maltratan al cine mexicano hace absurdo pensar que, gracias a su exhibición en pantallas comerciales, las inversiones que se desangran para producir cine puedan recuperarse. El sueño de los éxitos de taquilla es un espejismo del pasado, cuando El Cine de Oro aprovechó la baja de la producción hollywoodense por causa de la II Guerra Mundial, o cuando COTSA, la cadena de exhibición estatal, garantizaba tiempos de pantalla razonables y altamente rentables para la producción nacional (apañada muchos años por un sindicato de directores ambiciosos y sectarios que le cerraban las puertas a nuevos realizadores).


En el salinato, golpeando con el fuste del neoliberalismo, cuando se desmontó el sistema de distribución estatal y se puso a remate a COTSA (sus enormes salas comunitarias se volvieron tiendas Elektra o iglesias fraudulentas, ¡pare de sufrir!) todo se fue al carajo. Hacer cine en México hoy no es negocio, es quizás un ánimo necio y suicida por ejercer un oficio sin repercusiones tangibles y contables, crear obras condenadas al olvido y el fracaso monetario. Los directores y productores juntan durante años grandes equipos de gente, actores, técnicos, escritores, editores, músicos, sonidistas, artistas talentosos, parafernalias tecnológicas y fierros para crear obras que prácticamente nadie verá.


Pero el cine mexicano no se detiene. No lo pueden detener.


El sentido de la vida de un director es dirigir, crear: condena y virtud.


Como una respuesta emocionante y luminosa a esta crisis y a esta necia necesidad, aparece el Cine Mexicano Emergente.


El cine es un arte y un negocio al mismo tiempo, sí, la discusión sobre este tema es antigua y recurrente. El Cine Mexicano Emergente, sin embargo, pondera su esencia artística: salen al público con apenas 5 copias (contra 3000 de Harry Potter) que habrán de exhibirse en salitas especializadas equivalentes a museos y galerías con bajas afluencias de un público sediento de belleza y reflexiones estéticas del mundo, de nuestra realidad; la recaudación es apenas una preocupación dado que sus costos de producción son bajísimos, sólo basta, para empezar a filmar, una historia, un puñado de colegas, una camarita HD y una computadora casera para post producir. En esta perspectiva, el cine es visto como un oficio no negociable, y eso le augura buena salud en las condiciones actuales (que ninguna legislación se interesa en modificar).


El Cine Emergente Mexicano no apuesta por historias atractivas o escandalosas que atraigan a las masas sedientas de sexo, risas fáciles y escape dominical; no, son historias contemplativas, personalísimas, construidas en estructuras narrativas no convencionales no por un afán de ruptura sino por reflejar los interiores del ser humano... Y, sin embargo, es ruptura. Los directores y directoras del Cine Emergente Mexicano no son complacientes, no le dan al público lo que esperan, su compromiso es con ellos mismos, con su objeto artístico. No hay castings fatuos alimentados en famosos y cagantes actores de telenovelas; la mayoría de sus personajes son interpretados por actores no profesionales. No se filma en foros, se va la calle, a las casas de los amigos. El Cine Emergente Mexicano tiene algo del neorrealismo italiano, pero es diferente, novedoso. El Cine Emergente Mexicano le debe mucho a Tarkovski, se trata de esculpir el tiempo, pero es distinto, fresco.


Una de las obras ejemplares de esta tendencia es A tiro de piedra, una película indispensable, joven, madura y valiosa que todos deberíamos ver.



II



Para el Cine Mexicano Emergente, filmar es la conclusión de un universo inconcluso de experiencias que calan, de imágenes y sonidos contraídos en la enfermedad y salud de la vida, y la vida es a cada instante. Los creadores y las creadoras del Cine Mexicano Emergente son jóvenes, por eso su madurez fresca y urgente. Estos cineastas cargan con un denso, casi siempre pesado fardo de historias (fragmentos de una y muchas historias) que necesitan contar, que requieren ver concretadas como obras tangibles (el objeto artístico) en la representación de una pantalla, porque si no se ven se van, si no se escuchan se extinguen y serían rebasadas por las nuevas aventuras de la existencia. De allí se parte, por eso se toma la cámara y se pone enfrente a un actor, o se pone la cámara, como actor, frente a la realidad: la ficción y el documental.


Pero para el Cine Mexicano Emergente, filmar es además, en sí misma, una experiencia vital, vitalísima que conlleva nuevas revelaciones. Es un proceso vivo, candente, doloroso y feliz. Un milagro y una maldición, como la vida misma. Donald Barthelme ha dicho que sin la posibilidad de dirigir la mente hacia rumbos imprevistos, no existiría la creación, y nuestros jóvenes cineastas se lanzan apenas con un par de trazos argumentales a la aventura del rodaje. Lo hacen con apenas unos pesos en sus fondos, pero con una seriedad contundente, no están jugando, y sin embargo juegan. No les importa si las grandes masas verán sus piezas, ellos necesitan contar y realizar porque si no se marchitan. Y este impulso, este lanzarse a lo incalculado, el poco dinero y el deseo apabullante deviene en una estilística especial. La narrativa del Cine Mexicano Emergente poco tiene que ver con las estructuras y las historias probadas y clásicas porque no las necesitan, o mejor, porque necesitan otros modelos de expresión; su rebeldía formal no es un capricho sino una inquietud.


Habrá que reflexionar sobre este movimiento estético que no depende de grandes presupuestos ni de pantallas convencionales para su exhibición. El Cine Emergente equivale a la poesía maldita, a la nouvelle vage, al neorrealismo, al estridentismo, al movimiento de la Ruptura en la plástica mexicana de finales de los 50.


Algunas obras del Cine Mexicano Emergente. Vete más lejos, Alicia. Perpeutum movile. Verano de Goliat. Reheje. Año bisiesto. Cefalópodo. Familia tortuga. Dramamex. Espiral. El principio del espiral. Historias del desencanto. Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo. Los herederos. La canción del pulque. Norteado. Parque vía.


A tiro de piedra. Sebastián Hiriart junta a un equipo de tres personas (incluidos él y el actor ícono de este movimiento, Gabino Ramírez), se trepan a una pick up blanca destartalada, con un fondo de 80 000 pesos, una cámara HD, un plan de rodaje de unas pocas hojas (nada de guión, nada de tiranías literarias que luego estallan en el rodaje mismo y la mesa de edición) y se lanzan a los desiertos de San Luis Potosí, a la vulva desgarrada de la Sierra Tarahumara, al muro de la ignominia de la frontera con EU, a los paisajes acerados de San Franciso y el infierno invernal de Óregon donde encontrarán actores no profesionales, gente de la calle y el mundo. Y es que Sebastián sabe de estos parajes y se le ha visto vagar solo, día tras día, con una mochila al hombro, por las llanuras de Cuatro Ciénegas y Wirikuta, por las barrancas de Creel, en las dunas heladas de Óregón. Y el equipo de filmación va tras Jacinto, que es Sebastián, que es Gabino, que son millones de mexicanos cruzando la frontera lanzados por un sueño recurrente que les punza por dentro. El resultado es asombroso. El viaje del héroe en México, en plano siglo XXI, atestiguado por una cámara que está en el lugar correcto en el momento certero. Rigor y libertad. El Cine Mexicano Emergente.


A tiro de piedra (México, 2011). Dir. Sebastián Hiriart. Con Gabino Ramírez y Montserrat Ángeles.

martes, 2 de agosto de 2011


¡MUERA EL CINE! (II)

armando vega-gil


Hace unas semanas, luego de más de 10 complejos años de reescritura, investigación, preparación y fondeo para levantar un proyecto que apostaba por una película de hechura meticulosa y un argumento atípico para el cine mexicano (una zambullida por el podrido mundo financiero y político que empujó en su beneficio el error de diciembre del 94), Efecto tequila era lanzada a los circuitos comerciales con la esperanza de recuperar una parte del esfuerzo y los dineros que la posibilitaron. Como cualquier peli, se esperaba la reacción del primer fin de semana del público para saber sobre su futuro... Pero la noche del viernes de su estreno, los exhibidores habían decidido sacar de cartelera 40 de las 50 copias con las que había salido al mundo su director León Serment. El argumento era que, simplemente, no les había gustado. Efecto tequila no tuvo el beneficio de la duda. Una película incómoda. Incómoda políticamente hablando, pero también en términos espaciales: Cars, Piratas del Caribe y Kun Fu Panda debían (debían) ocupar 4 mil 471 pantallas de las 4 mil 800 que hay en al país. Pero, ¿50 copias contra miles? ¡No chinguen, señores exhibidores!


La frustración a la que se enfrentan los productores y directores mexicanos es monstruosa: tres, cinco, diez años de trabajo intenso se evapora en un pinche fin de semana. Naco es chido, de Sergio Arau, luego de tortuosas negociaciones, fue estrenada, sorpresivamente, sin pedir la opinión de Arau, el día de la inauguración del mundial de futbol, cuando México jugaba contra Sudáfrica. ¡Fracaso garantizado!


El cine mexicano emergente, sea como sea, guste o no, es un reflejo fiel de la sociedad, y al mismo tiempo una herramienta transformadora. El cine sí, es un negocio, pero también es un suceso cultural. Pero el cine mexicano estorba a los exhibidores. Los directores están intentando juntarse, pero ante la expectativa guajira de que los cines comerciales los pudieran tratar bien, se disgregan. ¿Deberían hacer un boicot contra las cadenas monopólicas y no pasar con ellos sus pelis? Es suicida, pero de cualquier modo, todas sus obras están condenadas al fracaso económico. En sentido encontrado, las masas empobrecidas deben tener acceso a salas comunitarias chingonas, tienen derecho a saber qué es lo que piensan y opinan nuestros creadores sobre la realidad mexicana en el ritual colectivo cinematográfico.


Pero los dueños de los cines y las productoras trasnacionales no lo permiten, o simplemente, maquiavelismos a parte, les vale un pepinillo.


Así, el presidente de la Motion Picture Association, en una discusión frontal sobre el tema, le dijo con petulancia capitalista a Simón Bross que, si quería cine barato para todos, mejor se fuera a vivir a un país comunista. Simón, con elegancia, le contestó que por qué mejor él no se iba a vivir a un país donde el boleto de cine cuesta 60 pesos... y donde el salario mínimo es de eso: 60 pesos. Simón está explorando una alternativa autosustentable para la exhibición alternativa de cine y ha fundado en el país —en zonas depauperizadas y abandonadas por la balanza de ganancias— 70 salas de cines populares. Los boletos cuestan un promedio de 22 pesos incluidas sus salas 3D, los viernes los niños entran gratis con palomitas y jugos de regalo. Allí no hay comida chatarra. Los viernes en la noche se alfabetiza a adultos. Se llaman Cinemagic y apuestan por nuevas formas de relación arte-entretenimiento-comunidad. No es demagogia ni populismo. En la Reunión de Nuevas Empresas de Sudáfrica, sólo dos proyectos mexicanos fueron sujetos de financiamiento: uno, Cinemagic. Hay cien millones de mexicanos que no tienen acceso a las salas cinematográficas. El siguiente paso es fundar una cadena de segundas corridas, salas para proyectar pelis desplazadas por los grandes exhibidores a precios bajísimos con permanencia voluntaria y programas dobles, como cuando éramos niños. El plan existe, se llama Cine Luxus. En el Centro Histórico, La Casa del Cine muestra cine de vanguardia contemporáneo a 20 pesos para los trabajadores y vecinos de Uruguay 52. La Sociedad del Cine de Tlatelolco, la Cineteca Nacional. Los nuevos directores de cine, desde que filman, piensan ya en cómo, en qué soportes informáticos y dónde se podrán exhibir sus pelis: el cine en México debe morir para resucitar, si no, morirá irremediablemente.