miércoles, 27 de julio de 2011


¡MUERA EL CINE! (I)

armando vega-gil


Los grandes exhibidores de películas (que en México se cuentan oligopólica con los dedos de una mano mutilada) están nerviosos, creen que las nuevas tecnologías amenazan sus emporios multimillonarios, así que buscan desesperados una legislación que tipifique como un delito el que un ciudadano medio pueda bajar películas de Internet en la computadora de casita sin rendir cuentas a nadie, no se diga subirlas a la red y regalarlas al mundo. Piensan que el efecto de este mecanismo, cada vez más rápido y de mayor calidad, afectaría a la industria cinematográfica tal y como los cd (legales y pirata) afectan a las disqueras al grado de llevarlas a la bancarrota.


Dicen los exhibidores que buscan proteger el derecho de autor, pero todos sabemos que esto es demagogia: si defendieran el derecho de autor no se agandallarían con el 60 % del dinero recaudado por las películas mexicanas en taquilla; si velaran por los autores (que después de gastos, promoción y demás castigos quedan endeudados) les darían mejores regalías, mantendrían las pelis más tiempo en cartelera. No, ellos van por la máxima ganancia al grado de negarse a dar un pinche peso por boleto al SAT para mantener sana la industria mexicana.


La idea de esa legislación antisitios de cine es, más que reaccionaria, estúpida. Sería como pensar que minan el negocio de exhibición los dvds y sus hijos cada vez más onerosos y sofisticados (después del blue ray, ¿qué sigue, dónde iremos a tirar más y más nuestro dinero (que más y más trabajo nos reclama) en tecnologías preciosas y contaminantes?). A pesar de ser el príncipe de los productores de clones y demás piraterías del mundo, México sigue siendo uno de los grandes recaudadores en taquillas, a pesar de que sólo un 10% de la población puede darse el lujo (sí, lujo) de ir al cine, de donde los demás ciudadanos deben conformarse con películas pirata. El ritual de ir al cinematógrafo, salir a airearse con la familia, la novia o solo como perro, y comer palomitas y ponpons en la oscuridad, jamás será igual al artilugio de ver en la tele o la pantalla de la compu una peli. Los exhibidores nos tienen agarrados de los güevos del entretenimiento y los ovarios de la diversión. Ir al cine es una necesidad social, emocional y cultural, y si dos de los artículos de la carta de derechos humanos nos garantizan el disfrute de tiempo libre y del arte, los exhibidores monopólicos no son muy humanitarios que digamos. Y hablando de palomitas, ¿cuánto ganan los exhibidores por sus ventas de dulcería, el 1000, el 2000 %? Podrían subsistir holgadamente sólo de palomitas y chescos, pero lo que impera es la ley de la máxima ganancia.


Otro dato: los exhibidores están metidos hasta los codos en bienes raíces, los grandes malls construidos alrededor de las multi salas son el verdadero negocio. Si uno mira bien a bien la monstruosa proliferación de salas, se dará cuenta de que su tendencia es la de estar medio llenas, incluso vacías, y es que el dinero está en los inmuebles, en las inversiones descomunales de las constructoras. Haces un cine, y construyes, rentas y vendes bienes de concreto y varilla.


El gran enemigo del cine mexicano son los exhibidores.


En México cuesta más trabajo exhibir la peli que hacerla.


La solución está en buscar nuevos canales de distribución y consumo, la tecnología digital abre puertas y expectativas: cineclubs con salas digitales, cines de segunda corrida, abaratar los sitios y servicios de la red para vender las pelis a precios bajos.


¡Que muera el cine! Mas no se preocupen, exhibidores, para que muera el cine la humanidad tendría que desaparecer antes... o quién sabe.